Hoy en nuestro blog os invitamos a leer un relato de nuestra autora, Alix Rubio, que ha publicado con nosotros la novela romántica e histórica Espíritu atormentado.
¡Disfrutad de su relato!
Victoria retrocedió para ver Las Meninas desde otra perspectiva. Aquel cuadro siempre causaba en ella una impresión intensa. Había hecho una escapada a Madrid solo para ver su cuadro favorito. Llevaba una hora allí, observándolo desde todos los ángulos, emocionada. Le resultaba muy sencillo viajar a la capital gracias al AVE que unía Zaragoza con Madrid, poco más de una hora de viaje. Ida y vuelta en el día. Como era martes (y trece por añadidura) de aquel mes de marzo de dos mil dieciocho, había imaginado que la avalancha de turistas y visitantes no sería tan grande como en fin de semana, aunque nunca se sabía. De todas formas le gustaba ir al Museo un día laboral que no fuera víspera de festivo para evitar las aglomeraciones.
No tardarían en cerrar. Victoria deseaba apurar hasta el último minuto. Retrocedió un paso y no supo cómo pisó mal y perdió un zapato.
Hubiera caído al suelo de no ser porque alguien a su espalda reaccionó con rapidez y la cogió en sus brazos. Victoria estuvo a punto de soltar la risa porque quedó en una posición casi de bailarina, apoyada contra la persona que la sujetaba, ligeramente echada hacia atrás y con un pie descalzo levantado. Se dio la vuelta para agradecer el detalle y se le cortó la respiración. Quien le había evitado la caída era un hombre de unos treinta años, alto y rubio, cuyos grandes ojos azules brillaban divertidos y parecían cambiar de color.
-Gracias –dijo finalmente Victoria- De no ser por ti me hubiera caído.
-Me alegro de haber estado aquí. ¿Te has hecho daño? –tenía la voz más sensual que ella había escuchado nunca.
-No…
Él seguía enlazándola por la cintura, pero inmediatamente la soltó y retrocedió. Miró su pie, en equilibrio para compensar la diferencia de altura.
-Permíteme, por favor. Apóyate en mí.
Se arrodilló frente a Victoria mientras ella le apoyaba una mano en el hombro, cogió el zapato, un modelo de color burdeos con tacón, y se lo calzó en el mejor estilo de La Cenicienta.
-Mejor así, ¿verdad?
Victoria tragó saliva y asintió con la cabeza. Se había quedado sin palabras. Esas cosas solo pasaban en
las novelas y en las películas, no a una correctora de estilo freelance y escritora novel (con v, porque alcanzar la b mayúscula eran palabras mayores y un milagro cósmico) recién llegada al panorama literario.
-Gracias de nuevo. Me llamo Victoria.
-Yo soy Alberto.
Ambos se miraron intentando contener la risa. La solemnidad del lugar no daba ni para carcajadas ni para conversaciones en voz alta. Por eso hablaban quedamente.
-¿De Sajonia-Coburgo Gotha? –logró articular Victoria.
-Mucho más prosaico, me temo. Fernández de Cepeda.
-Duque de…
-El duque fue el tío abuelo de mi padre. Tendrás que conformarte con un marqués.
A él le destellaban los ojos de humor. Victoria sonrió.
-Victoria Blasco.
Alberto le besó la mano protocolariamente.
-A tus pies… de nuevo…
Anunciaron el inminente cierre del Museo.
-Tenemos que irnos antes de que nos barran hasta la salida.
Él le ofreció su brazo de forma natural. Victoria se lo cogió sin dudarlo. En la puerta se abrochó el abrigo, del mismo color que los zapatos, sobre un sencillo vestido de lana negra y se puso los guantes. Alberto vestía un elegante traje y abrigo, todas las prendas de color gris oscuro.
-¿Eres de Madrid?
-No, de Zaragoza. He venido a visitar el Museo, más bien a mis queridas Meninas.
-¡Oh! Te notaba un acento diferente pero no lo había identificado. ¿Dónde te alojas?
-Me marcho hoy mismo, en realidad debo ir ya hacia la estación.
-¿Tienes que irte tan pronto? Qué lástima. Deseaba invitarte a cenar.
-¿Por qué? No me conoces.
-Tú a mí tampoco, pero me has hecho sentir como el Príncipe Azul. ¿Te espera alguien?
-Mi gato Crispín.
-A mí Lord Byron, mi persa dormilón.
-¿No una señora marquesa?
-No. Ni futura señora marquesa. Quédate a cenar conmigo, Victoria, me darías una alegría.
Victoria reflexionó rápidamente. Si se tratara de una película y un protagonista guapísimo le hiciera
esa proposición a la chica, ella pensaría: “di que sí, di que sí”. Pero era la vida real. El hombre más guapo del mundo la invitaba a cenar; pero, ¿y si no era quien decía ser? ¿Y si resultaba ser el malo de la película? ¿Y si…?
-Acepto encantada, Alberto.
Él sacó su móvil de un bolsillo e hizo una llamada.
-¿Alfonso? …El marqués de Fuenteclara… Sí, mesa para dos… tengo una invitada… correcto. Gracias…
-y a Victoria- Solucionado. Ya tenemos mesa. Te sugeriría ir dando un paseo, pero si tienes frío llamaré al coche.
-No, no, vamos andando. Las ciudades tienen un encanto especial cuando oscurecen.
-Un aire muy romántico, ¿verdad? A mí también me gusta.
A Victoria le encantó el restaurante: lujo discreto, carta exquisita, servicio impecable. Alfonso, el Maître, los recibió en la puerta y Alberto le saludó con confianza.
-No conocía este restaurante.
-Espero volver a compartirlo contigo la próxima vez que vengas a Madrid. ¿Me dejarás?
-Por supuesto.
-Háblame de ti, qué haces aparte de admirar cuadros y perder zapatos.
-Estudié Literatura Creativa en Estados Unidos. Trabajo de correctora freelance y soy escritora.
-¡Escritora! Cuéntame sobre qué escribes, qué has publicado, todo, por favor.
-Hasta ahora solo he publicado dos libros de fantasía épica…
Le dijo los títulos, que él anotó con una pluma de oro muy desgastada y prometió comprar.
Tras el postre y una copa de champán salieron a la calle. Pasearon despacio pese al frío y Alberto le habló
sobre sí mismo con cierta timidez, como temiendo que ella le tomara por un engreído. La llevó a su local
nocturno favorito. Estaban prácticamente solos en la zona exclusiva y reservada para los clientes vip. Sentados en los cómodos y amplios asientos terminaron de contarse su vida. Victoria le dio su tarjeta. Alberto le pidió que bailara con él (“aunque no sea un vals”). Se sintió bien en sus brazos. Él olía a perfume discreto, sus ojos azules y cambiantes bajo las luces la miraban con intensidad pero sin descaro. Le apoyó los labios en el pelo.
-¿Crees en el amor a primera vista? –le preguntó en voz baja- Porque me he enamorado de ti y es la primera vez que me pasa.
Victoria levantó los ojos hacia él. Sí, a ella también le estaba pasando. Se había enamorado del desconocido del Museo. Se abrazaron sin creer lo que les había ocurrido, y sintieron una corriente de amor que les traspasaba del uno al otro. Alberto hizo otra llamada y su coche los recogió para llevarlos a la estación de Atocha. Desayunaron en la sala de espera. Cuando llegó el tren volvieron a abrazarse y por primera vez compartieron un beso tierno e íntimo.
Cuando por fin entró en su casa Victoria se quitó los zapatos y el abrigo y abrazó a su gato. Al poco
recibió una llamada de Alberto y un ramo de rosas rojas de su parte con una tarjeta. Firmaba: “tu amor del
Museo.”
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¿Te ha gustado? Seguro que sí…
Si quieres conocer a la autora un poco más, te dejamos la página de su biografía: https://www.kamadevaeditorial.com/autores/alix-rubio/
Qué bonito Alix. El amor siempre será el amor.
Un abrazo.
¡gracias por tu comentario!