Capítulo 1 de El silencio de tus mentiras

 

El silencio de tus mentiras es el primero de la bilogía Ámame, de Natalia Lorca. Es una emocionante e intensa historia que está encantando a todas las lectoras.  Hoy te traemos el primer capítulo. ¡No te lo pierdas!


 

CAPÍTULO 1

Avancé por la fría acera abriéndome camino entre la gente, eran las 7:50, ni siquiera había tenido tiempo de maquillarme o peinarme, solo me vestí rápidamente y, tomando del perchero el abrigo, salí del pequeño apartamento para recibir de sopetón el gélido frío de noviembre.
¡Oh no! ¡Elizabeth va a matarme!
¡Mierda!
Mi viejo reloj despertador había sonado estridentemente minutos antes, pero estaba demasiado cansada para que mi cuerpo reaccionara por completo, de debajo del edredón había sacado una mano para arrojarlo con fuerza al suelo. En cuarenta y ocho horas había dormido apenas seis. Por suerte solo
faltaban dos exámenes finales para poder terminar esa locura.

Las tardes en la universidad eran cada vez más agotadoras, no veía la hora de graduarme por fin. Necesitaba mi título universitario, había trabajado duro para conseguirlo y quería comenzar a ejercer como médico residente cuanto antes.
Tardé, como siempre, alrededor de una hora en llegar al hotel.
Corrí hasta el vestuario nada más cruzar el puesto de seguridad. Elizabeth me miraba contrariada desde el fondo de la habitación.
—Lara… —dijo acercándose con su tono autoritario y uniforme perfectamente planchado.
—Sí, lo sé… Lo siento —comenté sin mirarla mientras me ponía el monótono atuendo y recogía mi cabello en un moño alto.

—Solo te queda aquí una semana… —dijo refunfuñando.
—Lo siento —volví a decir esta vez mirándole. Elizabeth era la gobernanta del Hilton desde hacía más de dos décadas y, desde el primer día en que la vi, supe que sería como un grano en el culo. Había estado en lo cierto… yo le gustaba tan poco como ella a mí.
—María está enferma, necesito que hoy subas a la última planta —ordenó acomodando mi delantal del tedioso uniforme gris y blanco que había vestido desde hacía cuatro años, seis horas al día, de lunes a viernes.
—Sin problema… —dije irónicamente.
La última planta del lujoso hotel estaba ocupada por solo dos suites, la ejecutiva y la suite presidencial. Había que hacer un trabajo mucho más minucioso del que estaba acostumbrada, no olvidar los detalles de los pliegues de las sábanas de seda, acomodar perfectamente las cortinas de satén que  colgaban de las enormes ventanas con vistas al lago Michigan y por supuesto dejar el suelo perfectamente pulido, entre
otros tantos detalles.
El señor Miller, gerente del hotel, se acercó a nosotras en cuanto recogí mi carro rebosante de material de limpieza.
Sin dar los buenos días y sin siquiera mirarme dijo;
—Elizabeth, la señorita Ryder… ¿es consciente de todos los detalles?
—Sí, señor, estoy segura —contestó ella mirándome.
Vaya…, parece que le caía mejor de lo que yo creía.
—Recibiremos un cliente muy importante y necesito la suite ejecutiva perfecta, al parecer celebrarán una reunión exclusiva y desean absoluta privacidad. —Dicho eso, el hombre con cara de pocos amigos se alejó.
—No la cagues —dijo Elizabeth mirándome con desdén saliendo también ella.

Respiré profundamente y me concentré en hacer mi trabajo mientras me animaba a mí misma. Solo una semana más, solo una semana más.
En una semana abandonaría ese trabajo que detestaba, pero que me había mantenido a flote todo ese tiempo, pagaba algunas facturas y conseguía ayudar a veces a mi madre…
La pobre ni siquiera sabía quién era yo, aun así siempre me recibía con una sonrisa. Yo vivía en la residencia de la universidad y me pasaba por su casa cada dos días, su asistente, Annie, siempre estaba allí con ella…, era amable y la cuidaba con dedicación, mi madre sufría de Alzheimer desde hacía casi seis años.
Ella era la razón por la que había decidido estudiar medicina, por ella me había esforzado para recibir mi beca de estudios, ella era mi amiga y mi compañera… Siempre habíamos estado juntas, las dos.
Nunca conocí a mi padre, solo supe que en cuanto se enteró de que yo llegaría al mundo desapareció y nunca más volvimos a verle.
Mi madre lo era todo para mí y el día en que su enfermedad se hizo presente, juré que siempre estaría allí para ella. Ahora era como una niña pequeña, perdida en un mar de palabras inconexas y días vacíos… Era muy duro, pero aún estaba conmigo. Y era mi esperanza para seguir.
Comencé por la suite presidencial, cuidando todos los detalles, recordando cada palabra de Elizabeth mientras nos enseñaba a mí y a cuatro jóvenes más cómo hacer las suites.
Tardé un buen rato, pero después de comprobar todo, salí rápidamente para cruzar el amplio pasillo. Una vez dentro de la lujosa suite ejecutiva me dispuse a repasar de nuevo mentalmente todo, comencé por el baño y luego seguí por las preciosas cortinas blancas y rojas, a conciencia reajusté la caída hasta el suelo y me permití un momento observar las preciosas vistas…, la vida de la ciudad, el agua del lago moverse…

Una fría llovizna comenzaba a caer, pronto llegaría diciembre y se convertiría en nieve. Era mi época preferida de niña, la Navidad, aunque los últimos años solo se había convertido en una triste cena de macarrones de microondas con mi madre y su mirada ausente.
Dejé de divagar y volví a mi trabajo, poco después busqué mi aspiradora y me dispuse a pasarla por la habitación, por mi efervescente esfuerzo el moño de mi cabello se desajustó provocando que parte de mi cabello rebelde y negro azabache cayera, por un lado. Mientras volvía a subir mi cabello en un moño alto, mi muñeca se vio atrapada con uno de mis pequeños pendientes de plata, tiré un poco para que el botón
de mi camisa se desenganchara y el pendiente saltó por el aire escapando de mi vista.
Oh…, no.
Eran regalo de mi madre, me los había dado el día en que me había graduado con honores en el instituto. Tenían forma de gota con un pequeño brillante en el centro, bañados en plata.
Paré la estridente aspiradora y me puse a cuatro patas a buscar por la habitación, la estrecha falda del uniforme se apretaba a mi cadera y a mis muslos, mientras refunfuñaba buscando el pequeño objeto.
Me incliné un poco más y metí casi medio cuerpo debajo de la inmensa cama… pero era difícil ver con tanta oscuridad.
Estiré un poco una mano, pero nada. De repente oí un pequeño sonido, una garganta aclarándose.
Salí de debajo rápidamente dándome un buen golpe en la cabeza.
—¡Auch! —dije moviendo mi cuerpo. Giré de rodillas en el suelo para observar la mirada profunda de un hombre. Un precioso hombre.
Traje negro a medida… elegantemente a la moda, zapatos italianos, alto, de porte robusto y unos intensos ojos negro aceituna. Su rostro le daba una angulosidad de apariencia fuerte y severa, aun así, increíblemente atractivo y joven.
Mantenía una ceja levantada mientras no quitaba ojo de mí.
Debe de ser el cliente que esperaba el señor Miller.
Adolorida y terriblemente avergonzada, me puse de pie acomodando mi uniforme.
—Lo siento mucho, señor… —musité bajito sin mirarle.
—¿Qué buscaba? —preguntó con una voz firme mientras su mirada me acosaba.
—No tiene importancia… —mentí.
Su mirada impenetrable me cohibía demasiado, creo que ningún hombre me había observado así nunca.
—¿Está usted segura? —preguntó inquisidor, sujetando mi brazo.
No fue brusco, pero definitivamente inapropiado.
—La habitación está a su disposición —contesté mientras me soltaba lentamente.
Era el momento de abandonar la habitación. Recé para que todo estuviese perfecto y me solté velozmente, recogiendo la aspiradora dije en un susurro;
—Disfrute de su estancia en el Hilton, señor.
Volví a respirar en cuanto cerré la puerta, cogí mi carro fuertemente lamentando la pérdida de mi pendiente y me escabullí de la planta como alma que lleva el diablo.
Bajé nuevamente a la zona de personal en el segundo subsuelo del edificio, recogí mi itinerario, tomé un zumo de melocotón y volví a mis tareas. Tres horas después salía del lujoso barrio, pasaría a saludar a mi madre antes de volver a la universidad.

Poco después llegué al barrio de Bucktown, allí pocas cosas cambiaban, era tranquilo y de clase media, siempre había sido nuestro sitio, nuestro hogar… aunque últimamente me parecía un territorio desconocido y lleno de recuerdos.
Nuestra casa a pocos metros del Holstein Park tenía la fachada algo desgastada, la verja negra de la entrada había tenido mejores épocas y el pequeño edificio de dos plantas no presentaba mejores galas.
Atravesé la puerta con desgana pensando en lo mucho que me hubiese gustado hacer algunas reformas, nada más entrar me encontré con el afable rostro de Annie desde la cocina observándome.
—Lara… —Se acercó a mí—. Pareces cansada…
—Lo estoy…
—Amelia duerme su siesta…, te prepararé algo para comer —dijo ella ayudándome con mi pesado y húmedo abrigo.
Sonreí levemente y despacio subí las escaleras, la puerta de la habitación de mi madre estaba entreabierta, su cuerpo delgado reposaba plácidamente en la cama.
No pude evitar emocionarme, se veía tan vulnerable y últimamente había empeorado tanto que era cada día más y más difícil para ella y para todos. Olvidaba dónde estaba el baño, a veces olvidaba vestirse y otras simplemente no quería levantarse en todo el día de allí, pasando la mayor parte del tiempo en silencio.


Y la historia sigue y sigue…

¿Te apetece leerla?

Te dejo enlace para que puedas ver la sinopsis: https://www.kamadevaeditorial.com/libros/el-silencio-de-tus-mentiras/

Y la maravillosa portada:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *