Capítulo 1 de Infidelidad, de Natalia Lorca

Infidelidad de Natalia Lorca

Viernes, 24 de octubre de 2010
—Verá, doctor, tiene usted en mi ficha médica mi nombre, apellido, dirección, número de la seguridad
social y probablemente constancia de mis últimas tres gripes. Pero he pedido cita para verle porque creo que podría ayudarme con dudas que suelen asaltar mi cabeza…
—En efecto, Alexandra, estoy aquí para ayudarle en lo que necesite, tome asiento, por favor —dijo serio.
El doctor era un hombre de mediana edad, no llegaba al metro cincuenta de estatura y debo decir que en
cuanto le vi me recordó al pitufo gruñón de la tele. ¡Era como un dibujo animado!
—Puede contarme lo que crea conveniente para la terapia y luego iremos incursionando en sentimientos
y sensaciones más profundas que podremos incluir paso a paso en nuestras citas, entiendo que si está aquí, Alex, es porque desea algo en particular —dijo él mientras se sentaba también frente a mí.
Pude apreciar que aquella oficina tenía todo tipo de objetos particulares, algunos botes con vaya uno a
saber qué cosas dentro, pilas de papeles sobre un amplio escritorio, algunos cuadros un tanto raros y un diván enorme y muy cómodo en el que estaba sentada, además de un sillón más pequeñito a su lado.
¿Cómo iba a resolver mis problemas aquí? ¿Y mis dudas existenciales? ¿Y mis problemas matrimoniales?
—Podría decirme hoy ¿qué es lo que desea encontrar de alguna manera con la terapia? —Me miró a los
ojos diciendo aquello, sacándome así de mi análisis del entorno.
—Realmente no lo sé —dije, confundida.
—Creo que soy una mujer afortunada —añadí pausadamente después—, un buen trabajo que me permite
cierta libertad, escribo; es decir soy escritora. Estoy casada desde hace tres años, tenemos una casa preciosa y quiero a mi marido… Pero no sé realmente cómo llevar esa «suerte», sinceramente.
Después de esa declaración por mi parte, al menos la primera sesión fue más rápida y tomó un ritmo más
fluido.
El doctor Álvarez, que era un profesional muy serio y de gran reputación, me explicó que a veces las terapias podían llevar años, o simplemente meses dependiendo únicamente de mí, que debíamos ser sinceros el uno con el otro y que programaríamos sesiones semanales de una hora para empezar. Nos despedimos fugazmente.
Y salí del edificio, convencida de que sería un buen inicio.
Afuera hacia viento, así que mi rizos rubios parecían flotar alrededor de mi rostro, caminé hacia el parking
avanzando con dificultad y abrochando mi chaqueta, llegaba el otoño a Madrid y el frío comenzaba a sentirse en cada atardecer.
Así en modo casi automático llegué a casa. Al abrir la puerta, dejé mi portafolios y mi chaqueta allí
mismo, me bajé de esos enormes tacones que pretendían disimular el metro sesenta de estatura que Dios y la genética me habían proporcionado y grité desde la puerta:
—¡Hola!
Automáticamente Noah apareció desde la cocina sonriendo con un cucharón en la mano. Era un hombre
realmente bello, con una sonrisa radiante y ojos sinceros.
—Hola, estoy aquí, en diez minutos cenamos, cariño — dijo.
La cena transcurrió tranquila, aunque no mencioné al doctor Álvarez, ni la terapia, Noah me preguntaba
sobre mi día en la editorial, sobre el tráfico y sobre mi libro de cuentos, que por cierto llevaba dos semanas
de retraso.
Le pregunté por su día también. Noah era director de finanzas de una cadena de hoteles muy importante
en España. Trabajaba mucho, y era el más hábil negociador que yo haya conocido. Su poder de convicción y astucia a la hora de los negocios siempre me había fascinado. El día que lo conocí, cinco años atrás, pasamos una hora hablando sobre si deberíamos tomar un café otra vez o no. Al final, por supuesto, me convenció y cada día me fue convenciendo más, tanto que me casé con él una hermosa primavera en la sierra de Madrid.
La noche siguió tranquila, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido, diría mi querido Sabina,
y siguió así también ese fin de semana, intenté concentrarme y adelantar capítulos de mi libro de cuentos
infantiles.
Olvidar un poco las ideas que revoloteaban en mi mente, y simplemente relajarme en casa.
Lo que no sabía es que ese lunes que estaba por comenzar, en mi vida aparecería un sol tan enorme, como
abrasador. Un sol que podía dar luz y calor, pero también quemar.
Y yo, sinceramente me acerqué tanto a él que hoy todavía tengo quemaduras de segundo y tercer grado.


 

¿Deseas seguir leyendo? Busca la sinopsis aquí:  https://www.kamadevaeditorial.com/libros/infidelidad/

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *