Capítulo 1 de La vida me debe una vida contigo, de MJ Brown

Un hilo rojo invisible conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, sin importar el tiempo, lugar o circunstancias. El hilo rojo se puede estirar, contraer o enredar, pero nunca romper.

(Mitología china y japonesa)

Así comienza el nuevo libro de MJ Brown, la tercera parte de la serie Serendipia, que comenzó con A 100 peldaños de ti, siguió con Enséñame a decir te quiero y termina con La vida me debe una vida contigo.

Os mostramos el prólogo de esta preciosa historia:

Prólogo

Vicky

 Entro en casa con el pelo mojado, descalza y dando saltitos, después de darme el último baño del día en la playa. Lo hago mientras llevo una mora negra hasta mi boca y cierro los ojos para saborearla.

—No me gusta que comas chuches antes de cenar —me dice mamá sobresaltándome—. Y tampoco, me gusta, que entres en casa con los pies mojados—sentencia.

Tras escucharla, ruedo mis ojos hasta ponerlos en blanco y me llevo una mano al pecho para recuperarme del susto.

—Es solo una —replico, levantando uno de mis dedos índices y haciendo un pequeño puchero con mi boca—. Te prometo que las demás las guardaré para mañana y además te invitaré—. Le guiño un ojo a mi madre, le hago un nudo a la bolsa de gominolas que sigo teniendo entre mis manos y se la tiendo para que sea ella quien la guarde hasta mañana. Mamá me sonríe y yo le devuelvo la sonrisa.

He ignorado la parte de que no le gusta que entre descalza en casa y con los pies mojados y ella parece olvidarla cuando me acerco a ella para darle un beso. «Estamos de vacaciones» pienso, mientras me pongo de puntillas para llegar hasta su mejilla.

Las moras negras son mis gominolas favoritas, mamá dice siempre que es porque tuvo antojo de ellas durante los nueve meses que estuvo embarazada de mí.

 

—¡A cenar! —escucho gritar a mi padre desde el baño, donde acabo de entrar para lavarme las manos después de haberme quitado el bañador mojado, haberme recogido el pelo y, además, haberme calzado. Termino de lavármelas, las seco y voy hasta la cocina.

—Dice Junior que vamos a casarnos —digo nada más sentarme a la mesa. Miro a mis padres de reojo, mientras me llevo una cucharada de gazpacho hasta la boca.

—Quizás algún día —dice mi madre sin darle demasiada importancia a lo que acabo de anunciar.

—Para eso, Junior tendrá que hablar conmigo primero —ahora es mi padre el que habla, bueno, más bien debería decir que mi padre rebufa o gruñe. No sé muy bien qué es lo que realmente ha hecho.

Tuerzo el gesto y vuelvo a tomar otra cucharada de gazpacho, sin dejar de observar a papá y a mamá. Sobre todo, a papá, me temo que lo que voy a decir ahora tampoco va a gustarle demasiado.

Retiro de mi cara el mechón de pelo que se ha soltado de la coleta y cojo aire antes de comenzar a hablar.

—Pues tendrá que hablar contigo pronto. Dice que vamos a casarnos mañana —lo digo todo del tirón y, después de hacerlo, dejo salir el aire que he cogido hace un rato para llenarme de valor.

Vuelvo a mirarlos de reojo, pero esta vez detengo la mirada en mi padre que acaba de escupir el gazpacho que tenía en la boca. Mamá se levanta de su silla y le da palmadas en la espalda mientras se ríe y yo me tapo la boca con las manos para no hacerlo.

—¿Cómo? —consigue decir mi padre una vez que se ha recuperado de su atragantamiento.

—Pues eso, que vamos a casarnos mañana—. repito soltando un suspiro y retirando de mi cara una vez más ese mechón de pelo que aún está mojado.

Mi padre alza una ceja mientras me mira, yo dibujo una pequeña sonrisa con mis labios y mi madre mira a mi padre encogiéndose de hombros y haciendo un pequeño mohín con su boca.

—Son cosas de niños, Héctor —mi madre me guiña un ojo.

Aunque yo no pienso que son cosas de niños. Para mi casarme con Junior es muy importante. ¡Es tan guapo!

—¿Y por qué tanta prisa por casaros? —es mi madre la que sigue hablando.

—Para besarnos —digo sin apenas pensar mi respuesta.

Mi padre se levanta de su silla, arrastrándola en el suelo y lo hace al tiempo que da un golpe en la mesa, yo doy un brinco en la silla en la que estoy sentada y frunzo los ojos por el susto. Mi madre sigue riéndose y mi padre comienza a dar vueltas sobre sí mismo acariciándose la coleta en la cual lleva recogido su pelo, ese gesto suele hacerlo siempre que está nervioso. Mi padre, a pesar de que ya es algo mayor, sigue conservando el pelo largo y suele llevarlo recogido.

—Pero ¿tú estás escuchando, Gloria? —dice por fin después de un largo silencio.

—Héctor… —desaprueba mi madre, poniendo los ojos en blanco y mordiéndose el labio inferior. Mi padre es muy exagerado para todo, sobre todo en cuanto a mí se refiere. Soy su niña. Su Victoria. Su Zafer.

—A ver cariño para darse besos no hace falta estar casados. Tú puedes darle besos a Junior cuando quieras y él también puede dártelos a ti —es mi madre la que habla de nuevo, mientras acaricia mi pelo—. Sois como hermanos —arrugo la frente al escucharla.

Pfffff… Creo que mi madre no ha entendido qué clase de besos queremos darnos.

—Eso, nena, tu aliéntala. Dale ánimos —gruñe mi padre, mientras aplaude de forma pausada e irónica. Se me escapa una risita, cuando lo veo tan enfadado y aplaudiendo.

—Pero… es que… nosotros queremos besarnos como los mayores —tapo mi boca al decir esto y abro mucho los ojos.

Mi madre se ríe a carcajadas y mi padre se ha quedado tan tieso, al escucharme, que parece que se ha tragado un palo, está tan tieso más que una vela, su cara se ha quedado blanca y sus ojos se han quedado fijos en mí.

¡Ups!

—¿Y cómo se besan los mayores? —pregunta mi madre.

Resoplo antes de contestar. Es que tengo la impresión de que en estos momentos ella me está tratando como si fuera una niña pequeña y no lo soy. Yo ya soy mayor. Muy mayor. Tengo siete años.

—Pues como os besáis tú y papá y también Aris y Elena —cierro mis ojos, pongo morritos y muevo mi cabeza a un lado y a otro como si estuviera besando a alguien.

Mi madre vuelve a reírse a carcajadas, abro los ojos al escucharla y veo que mi padre sigue igual de tieso y con la cara desencajada. Todo esto parece que cada vez le está gustando menos.

Ahora además su boca está arrugada en señal de enfado y ha cruzado los brazos a la altura del pecho.

¡Oh, oh!

Yo no acabo de verle la gracia por ningún lado a todo esto, es más me estoy empezando a enfadar. Para mí lo de casarme con Junior me parece muy serio y también la mejor idea del mundo mundial.

 —Voy a llamar a Aris ahora mismo —dice papá cogiendo su teléfono móvil. Mamá se lo quita de las manos de un tirón. Aris es el padre de Junior y, además, el mejor amigo de mi padre.

—Héctor, cariño, creo que estás sacando todo esto de quicio. No son más que dos niños.

—Serán dos niños y todo lo que tú quieras, pero a mí no me gusta nada que anden con estas tonterías. Que se empieza por un beso y, luego, las cosas terminan como terminan —dice con su tono de voz más alto de lo normal. Parece estar enfadado de verdad. Sí.

Mamá se acerca hasta papá. Él ha vuelto a sentarse en la silla y ella lo hace sobre sus rodillas.

Mamá fija sus enormes ojos azules sobre los míos, que, por cierto, son exactamente del mismo color y me pregunta que quién va a casarnos.

—Vega —respondo sonriendo. Parece que mi madre empieza a tomarse en serio lo de mi boda con Junior. Menos mal.

Vega es mi mejor amiga y además es la hermana de Junior, así que no hay nadie mejor que ella para casarnos.

—¿Puedo levantarme de la mesa? —pregunto, dando así por hecho que esta conversación ha terminado. Yo no tengo nada más que decir y espero que ellos tampoco.

—Sí —responde mamá.

«¡Bien!», pienso para mí. Solo me ha faltado cerrar uno de mis puños y alzarlo en señal de victoria.

—No — ese es papá.

—Esta conversación no ha terminado, jovencita —dejo caer lo hombros en señal de derrota, bajo la cabeza y noto como mis ánimos se vienen abajo mientras desinflo mis pulmones del aire que he retenido en ellos sin darme cuenta.

Mi padre me alza en brazos, me sienta a horcajadas sobre sus rodillas frente a él, y clava sus enormes ojos color café sobre los míos azules.

—Para poder casaros primero tenéis que ser novios —la voz de mi padre ya no suena tan ruda, parece que se ha relajado un poco.

Humedezco mis labios antes de contestar. Presiento que esto que voy a decirle ahora no va a gustarle nada de nada. Lo sé.

—Pero es que Junior dice que ya somos novios, que lo hemos sido desde siempre. Que los novios se agarran de la mano y se abrazan y nosotros eso ya lo hacemos —hago un silencio y trago saliva antes de continuar—. Junior dice que soy su chica —concluyo.

Mi padre abre mucho los ojos y yo hago lo mismo.

—¿Su chica? ¿Pero…?

—Héctor, cariño, el niño se limita a repetir lo que escucha. Aris dice que Elena es su chica y tú utilizas la misma expresión para referirte a mí—mi madre parece entender todo mucho mejor que mi padre. Mucho mejor. Sí—. ¿Qué esperabas? —sentencia mi madre.

—A ver, nena, yo creo que esto es más serio de lo que tú quieres creer —protesta, una vez más, mi padre.

—No, Héctor, tú le estás dando más importancia de la que tiene. Y esta conversación se termina aquí. Son dos niños. Dos niños que juegan a ser mayores. Dos niños inocentes que creen que el amor es casarse y darse besos. Dos niños y punto. Por favor, estamos hablando de dos críos de siete y diez años —resopla mamá esto último queriendo así dar por terminada la conversación, pero por lo que parece papá quiere seguir con el interrogatorio.

—¿Y desde cuando tú y Junior os agarráis de las manos y os abrazáis? —pregunta intrigado.

Me encojo de hombros y después contesto.

—Pues casi siempre. Porque Junior me agarra de la mano para cruzar la calle. Me abraza cuando saco buenas notas en el colegio. También lo hace para darme la enhorabuena cuando hago algo bien y cuando lloro o hay tormenta y estamos en el parque para que no tenga miedo.

—En eso la niña tiene razón —replica mi madre.

—Nena… —musita mi padre.

Mamá se acerca hasta nosotros y deposita un beso en mi cabeza y otro en los labios de mi padre.

—A dormir —me dice y me da una palmada en el trasero cuando, de un salto, me bajo de las rodillas de mi padre.

Subo las escaleras hasta mi habitación. Abro el armario y revuelvo en él buscando qué ponerme para mi boda con Junior mañana. Mi falda de tul favorita de color rosa, una camiseta negra y mis inseparables botas de lona Converse, también negras. Tengo que buscar un velo.

 

Junior

 —Yo os declaro marido y mujer. Puedes besar a la novia —dice mi hermana Vega que está ejerciendo de cura mientras Vicky me mira con sus enormes ojos azules y me sonríe. Está preciosa con esa falda, esa camiseta y ese pañuelo que lleva puesto en la cabeza a modo de velo. Es la niña más bonita que nunca he visto. Es la niña más bonita que jamás veré.

—Pero si todavía no nos hemos puesto los anillos —me quejo.

—Yo qué sé. Es la primera vez que hago de cura —protesta mi hermana mientras a Vicky se le escapa una risita nerviosa.

Busco en el bolsillo de mi bañador las dos anillas de las latas de refrescos que le he pedido a Manu, el dueño del chiringuito de la playa donde veraneamos cada año. Es lo que voy a usar como anillo para mi boda con Vicky. Cuando sea mayor le regalaré uno de verdad, pero ahora solo tengo diez años y no tengo mucho dinero. El poco que tenía lo gasté ayer para comprar unas moras negras en la tienda de chuches y regalárselas.

Sujeto la mano de Vicky con una de las mías y con la otra le pongo la anilla en uno de sus pequeños dedos.

—Me queda grande y la perderé —me dice entornando los ojos y haciendo pucheros.

—Luego arreglamos eso —la tranquilizo.

—Ahora tú tienes que poner esta en mi dedo —le digo y le doy la otra anilla para que ella haga lo mismo que yo.

—¿Ya puedo decir lo que he dicho antes? —pregunta Vega, impaciente.

—Sí. Ya puedes decirlo.

—Vale. Pues eso. Que yo os declaro marido y mujer y que ya puedes besar a la novia.

Vega termina de decir esto quitándose la sábana que se ha puesto a modo de sotana, mientras yo enmarco la cara de Vicky con mis manos y acerco mis labios hasta los suyos.

Ella ha cerrado los ojos hace rato y tiene los labios fruncidos, supongo que está esperando ese beso. Yo también cierro los ojos y acerco mis labios hasta los suyos para unirlos en un beso. Nuestro primer beso. Un beso como el de los mayores. Un beso como los que se dan mis padres y, también, Héctor y Gloria.

—¡Puaj! ¡Qué asco! —grita mi hermana al tiempo que se limpia su boca con una mano, como si fuera ella la que está recibiendo y dando el beso en los labios.

Vicky y yo nos separamos sobresaltados y abrimos los ojos para mirarla. Vega sigue haciendo gestos con la cara en señal de desaprobación.

—No pienso casarme nunca —dice antes de salir corriendo hasta la orilla del mar, donde están sentados mis padres junto a los de Vicky.

Todos estamos de vacaciones de verano y es casi una tradición pasarlas juntos.

Yo prefiero quedarme a solas con Vicky. Con mi Vicky. Con mi chica.

Ella se sienta en la arena y yo lo hago a su lado. Paso un brazo por encima de sus hombros y la atraigo hacia mí.

—¿Te ha gustado el beso? —pregunto nervioso. Ella mueve su cabeza en señal de afirmación.

—¿Y a ti? —me pregunta con apenas un hilo de voz.

—Mucho —Vicky me sonríe y yo también lo hago, mientras pienso que nunca podré olvidar ese beso. Nunca olvidaré nuestro primer beso. Un beso con sabor dulce. Un beso con sabor a gominolas. Un beso con sabor a moras negras. A eso sabe Vicky, a gominolas. A eso sabe mi chica, a moras negras.

El sol empieza a esconderse detrás del faro. Mi padre siempre dice que desde aquí se ve la puesta de sol más bonita del mundo y yo, a pesar de que solo soy un niño, soy consciente de que así es. Pero hoy es mucho más bella que ningún otro día. Hoy es más hermosa que nunca porque ella está a mi lado.

Aprieto a Vicky un poco más contra mí y le digo que apoye su cabeza en mi hombro. Mientras lo hace y el sol tiñe el cielo de color naranja, beso su coronilla y canto para mí un trocito de canción. No es una canción cualquiera, es esa que quiero que se convierta en nuestra para siempre.

Los primeros acordes de My girl comienzar a sonar en mi cabeza mientras yo empiezo a cantarla bajito, muy bajito. Tan bajito que solo ella y yo podemos escucharla.

 

I´ve got sunshine on a cloud day.

When it´s cold outside I´ve got the month of May.

I guess you´d say

What can make me feel this way?

My girl (my girl, my girl)

 


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