Capítulo 1 de No quiero despedirme, de Laia Andía Adroher

Así empieza No quiero despedirme, de Laia Andía Adroher:


Ahora que estamos todas es momento de dar mi noticia, así que no les hago esperar demasiado y lo suelto tumbándome en el sofá de casa de Patricia.
—Chicas, estoy lista para que nos vayamos.
Marta, Ilona y Patricia toman mi mismo rumbo. Creo que todavía arrastran su resaca del viernes y saben que es mejor estar cómodas para la conversación que vamos a mantener.
—¿Cómo? ¿Qué ha pasado? ¿Estás segura? —me pregunta entonces Patricia. Me temo que ninguna de ellas esperaba oír esa frase por mi parte.
—Claro que sí. —Y antes de que puedan iniciar un debate al respecto, me levanto a por cervezas.
Las necesitaremos si tenemos que debatir cierto tema. No estoy en mi casa, pero como si lo fuese, y para ir a la cocina no necesitamos permiso. Las cervezas son parte de nosotras y no podríamos prescindir de ellas. Toda buena fiesta comienza con una mediana en las manos, y toda conversación importante necesita una buena cantidad de esta bebida. Así que me temo que va a caer más de una ronda.

Vale, debería contaros un poco, tampoco mucho, puesto que aunque mis palabras hayan parecido completamente seguras en voz alta, no lo son tanto en mi interior. Marta, Ilona y Patricia son mis amigas desde que recuerdo tenerlas. Hemos ido juntas al colegio, al instituto e incluso con  Patricia he compartido mis años en la universidad. Así que sí, son mis mejores amigas y sin ellas no podría vivir. No tengo hermanos, así que podría considerar que ellas lo son.

Cuando acabamos el bachillerato, fue un mundo. Por primera vez íbamos a emprender un camino separadas. Eso no sabíamos hacerlo. No podía creer que entraría en un aula y no podría sentarme a cuchichear con Marta sobre el fin de semana, o que Ilona no me recitara los apuntes justo antes de entrar a un examen. En definitiva, iba a ser una nueva aventura para todas, aunque por suerte, Patricia y yo seguiríamos compartiéndolo todo. También salía de una época complicada, y eso nos unió todavía más y nos demostró que lo nuestro era irrompible.

Ha sido una etapa gratificante, hablo por mí, pero imagino que si seguimos aquí y juntas, lo ha sido para todas.
Además, no tenerlas en mi día a día ha hecho que nos valoremos mucho más y que buscáramos todos esos ratos libres para poder encontrarnos. Como todas las vacaciones que hemos pasado en mi casa de la montaña donde cada una estudiaba su temario, las escapadas durante fines de semana o vacaciones, o todas las tardes donde nos hemos reunido en casa de alguna, simplemente porque nos echábamos de menos.

Y os preguntaréis, ¿a dónde tenemos que irnos? Pues… cuando tuvimos que separarnos nos prometimos que si al acabar las carreras, todas las vidas lo permitían, probaríamos suerte en otro sitio. Si fuera por Patricia, nos iríamos a Australia, pero alejarnos de casa no es algo que nos motive a todas por igual. Por ejemplo, Ilona podría considerar que está en el culo del mundo a unos treinta kilómetros más lejos de su casa. Así que vamos a tener que debatir cautelosamente ese destino final. Lo más probable es que sea Francia, puesto que todas dominamos el idioma, lo más seguro es que lo acabemos haciendo a votación.

¿Qué quería decir que las vidas nos lo permitiesen? Pues que no tuviéramos algo que nos atara en Barcelona. Y en eso era en lo que yo tenía que estar segura. Tengo que confesaros que no acabamos de acabar la carrera, de hecho hace dos años que salimos de la facultad, y aunque todas nosotras tenemos nuestros trabajitos por aquí, ese no es un motivo para no querer dar el paso de irnos.

No, el motivo tiene nombre y apellido y no es otro que Iago Requena. Lo conocí en mi tercer año de carrera y podría decir que todo fue viento en popa desde entonces. Empezamos siendo amigos, de hecho tardamos casi un año en embarcarnos en una relación, mis miedos y mi rechazo a las relaciones formales quizás hicieron que esperara un tiempo prudencial para lanzarme a la piscina, pero sí, por sorpresa para todos, iniciamos una relación. Una bastante idílica, tampoco es que tuviese con qué comparar, así que a mí ya me servía. Un año después de acabar la carrera me propuso que diésemos un paso más y que fuésemos a vivir juntos, pero yo no estaba preparada. O no quería estarlo. Para él era más fácil porque ya vivía con amigos, puesto que no es de la ciudad. Pero para mí era dar un paso demasiado importante, era empezar una vida en la que dejé de creer, y que se pusiera tan seria la cosa solo hacía que me entrara pánico.

Mis amigas apoyaron esa relación desde el principio no puedo quejarme, Iago siempre me ha tratado como una princesa y ha antepuesto mis necesidades a las suyas. Siempre ha sido atento, comprensivo, educado y no ha interferido con mis amistades. Así que, en vista de todos, era, bueno es, un puñetero príncipe azul. Con esa relación entre manos, ¿quién quiere largarse a probar suerte?

Pues yo. ¿Agobio? ¿Presión? ¿Desconfianza? ¿Quién demonios se queda con el primer novio para toda la vida?
Sí, claro que hay historias de esas, que yo también fui una romántica empedernida y he visto millones de películas al respecto. Aunque debo añadir que en muchas de ellas, vuelven a reencontrarse diez años después para demostrarse que siguen enamorados. Pues veremos si es mi caso.

¿Mi problema? Robert Vidal. Algo que me llevaré a la tumba porque no puedo confesarlo. Nunca hemos tenido secretos entre las cuatro, eso sería como romper nuestra primera norma de la amistad y sin embargo, llevo demasiado tiempo haciéndolo. Me enamoré de Robert cuando llevaba pañales. Cuando iba a su casa y me cautivaba con cualquier estupidez que podía decir. Sí, Robert es seis años mayor que
nosotras y el hombre más atractivo que he visto jamás. Seguramente tenga defectos, pero los desconozco y eso solo hace que me jorobe más.
Vale, vale, me olvido de un detalle esencial y es que Robert es ni más ni menos que el hermano de Ilona y ese es el simple motivo por el que nunca lo he mencionado.


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