Capítulo 1 de Soy Evan, de Iris Boo

Soy Evan es la continuación de la saga Elementos que comenzó con Soy Agua.

Aquí exploraremos la vida y los sentimientos más íntimos de Evan, un personaje que nos cautivó en el primero de los libros.

Lee parte del primer capítulo y comenzarás a conocerlo:

 

Capítulo 1

Antes de ella…
No puedo decir que pasar la noche con una meretriz fuese la mejor experiencia de mi corta vida. Pero con dieciocho años sí podía asegurar que era mucho mejor que meterte en una batalla, en un asedio, incluso que desplazarse de un lugar al siguiente en el que haríamos algo de lo anterior.
La mayor parte del tiempo estábamos de camino a algún sitio, o esperando que nos dieran la orden de hacerlo.
Si eres un soldado de infantería como yo, acababas acostumbrado a caminar kilómetros y kilómetros cargando con todo tu equipo a la espalda. Afortunadamente, el trabajo de la granja había fortalecido y endurecido mi cuerpo para soportarlo. Mis piernas y brazos eran fuertes, y mis hombros estaban acostumbrados a cargar con peso.
Me levanté del lecho para liberarme del olor a sudor que lo impregnaba todo. No es que estuviese incómodo, aquel jergón era mucho más confortable que el suelo donde yo dormía, pero al menos mi manta olía solo a mí, no a los demás hombres que habían pasado por allí para aliviarse la picazón de su entrepierna.
Me giré hacia la voz de la mujer que aún permanecía sobre el lecho. No entendí lo que me dijo, pero su mirada me decía que no quería que me fuera.
—Lo siento, pero no tengo más dinero —me disculpé.
La primera advertencia que me hizo August, «Cuida tu dinero, en estos lugares es fácil que te quedes sin él», por su forma de mirar a la gente de alrededor, sabía que se refería no solo a las meretrices o el alcohol.
Comprobé que las monedas que me quedaban estaban en su escondite dentro de mis botas. Podían hacer más pesados mis pies, pero nadie podría robármelo sin que me diese cuenta. Uno aprende con el tiempo a protegerse de esas cosas. El dinero no tiene nombre, y cuando la necesidad aprieta, ni los compañeros de armas te respetan, y se supone que nos cuidamos los unos a los otros. Encontrar auténticos compañeros lleva su tiempo, y después de cuatro años en el ejército creo que he encontrado algunos. Solo esperaba
que no se fueran como otros a los que también consideré amigos. La vida en las milicias es peligrosa, y no solo estoy hablando del enemigo.
En Zara, después del asedio llegó la conquista y el saqueo.
Nunca había visto algo como aquello. Todavía me tiembla el cuerpo cuando lo recuerdo. Alguien me dijo que era demasiado joven, que con el tiempo yo haría lo mismo, pero dudo que yo llegue a convertirme en alimaña, como ellos. ¿De verdad alguien que dice actuar en nombre de Dios es capaz de cometer esas atrocidades?
Salí de la tienda para notar la brisa cálida en mi cara, tratando de alejar aquellas imágenes de mi cabeza. Busqué con la mirada a mi grupo, para encontrarlo a unos pocos pasos de distancia. La carcajada profunda de Cedrik se perdía en el aire, provocada seguramente por algún comentario mordaz de Egbert. Tenía la boca muy sucia, pero hacía que la vida militar fuese un poco más divertida, al menos en estos momentos de esparcimiento o durante los largos desplazamientos.

—¡Eh!, muchacho. ¿Qué tal te ha ido? —Me senté junto a Ernest antes de contestar a Cedrik.
—Bien. —Tampoco necesitaba mucha más explicación.
Apreciaba su gesto, lo de festejar mi llamémosla buena suerte después de mi primera gran batalla. Como dijo Cedrik, hay que celebrar que sigues vivo.
—¿Solo bien? Si no te ha dado un buen trato es que no vale el precio que hemos pagado por ella. —Egbert lo gritó bien alto para que el hombre que se encargaba de las meretrices lo oyera. No estaba seguro de si lo había entendido.
Podían viajar acompañando a la tropa para abastecerla de estas y otras necesidades, pero hablábamos tantas lenguas diferentes que era difícil conocerlas todas. Toda la cristiandad se había unido para acometer nuevamente la misión de recuperar Tierra Santa, aunque nuestros pasos nos llevasen a Constantinopla en vez de a Jerusalén.
—Tienes cara de necesitar algo de estofado. —Ernest me tendió una escudilla que cogí entre las manos. Todavía estaba caliente, señal de que la había guardado junto al fuego para mí.
—Gracias.
—Saboréalo, muchacho, puede que no vuelvas a comer algo caliente en bastante tiempo. —Alcé la vista hacia Ernest.
Él era un caballero villano, ya saben; no un noble, pero sí uno de esos villanos que tenían suficiente dinero
como para comprarse un caballo, armas y armaduras. Prestando servicio a su señor podía alcanzar la misma exención de impuestos que tenía un noble. De alguna manera me había tomado aprecio y se había propuesto meter algo de cultura y sensatez en mi cabeza.
—¿Se levanta el campamento? —pregunté.
—Saldremos con la siguiente marea —informó.

Nuestra expedición embarcaba otra vez, esta vez con destino a Constantinopla.
—Entonces no importará si nos levantamos tarde. —Egbert sacó la botella de barro cocido en la que guardaba su alijo personal de alcohol.
Media hora más tarde habíamos casi vaciado, entre los cinco, la botella; aunque he de reconocer que yo solo he necesitado medio vaso para emborracharme. Y sí, he dicho cinco porque Dagobert estaba en el grupo, pero fiel a su forma de ser, no había dicho nada. Él no es de hablar. Muchos se preguntan qué hace un tipo así en las milicias, pero yo lo sé: sencillamente porque es mejor sitio que donde estaba antes. Ernest cree que esconde algo, un gran secreto, aunque aquí eso da igual mientras cumpla con su trabajo,
y él era de los que encontraban un buen camino por el que avanzar. Ya saben, de los que se adelanta al grueso del ejército y da con el mejor sendero para transitar. Es complicado tener en cuenta todas las variables: que sea ancho para que entren las carretas, que no sea fangoso para que no se atasquen
las ruedas… Todas esas cosas. Él era de los pocos que tenía caballo, por eso podía recorrer grandes distancias para explorar el terreno y para llevar mensajes de una avanzada a otra.

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