Capítulo 1 de Sucedió en Ibiza, de Laura Márquez García

Os presentamos el primer capítulo de la deliciosa novela que ganó el premio Kamadeva en 2020, Sucedió en Ibiza, de Laura Márquez García.

Nos encantó esta novela, aunque es cierto que había otras también muy interesantes. Esta historia es preciosa y nos transporta a la preciosa isla donde se sitúa la acción. Para que veáis lo bonita que es, aquí va el primer capítulo.

Tomar decisiones descabelladas es lo que a veces nos hace sentir que estamos vivos, y el resultado de esas decisiones, lo que marca nuestra existencia.

Hace tan solo unos meses, mi vida era una más entre un montón; una vida rutinaria, acomodada, sin ningún tipo de alteración, y yo creía que, por ser así, me podía considerar una persona feliz. Vivía tranquila porque todo lo que me sucedía era absolutamente normal. Me dedicaba a dar consejos a los amigos a los que sí que les surgía algún contratiempo en su día a día, como si fuera una experta en vidas perfectas, una gurú de la felicidad y la tranquilidad. De hecho, todo hubiera seguido así, sin ninguna duda, de no ser por el giro inesperado que dio mi vida, y ahí me di cuenta de que estaba equivocada.

Llevaba más de una década trabajando en un bufete de abogados en pleno Paseo de la Castellana. Disfrutaba de mis tardes de afterwork con mis compañeros de trabajo, vivía en un ático de alquiler en el Paseo de la Habana. No un gran ático, pero sí lo suficientemente bonito y decorado con buen gusto como para ser la envidia de mis amigas. Pasaba los fines de semana con mis amigos de la hípica o del club de golf, practicando ambos deportes y descubriendo los lugares de moda para tomar el brunch o para cenar por Madrid, y todo ello acompañada de mi espectacular pareja, Germán de la Fuente.

Germán era el yerno perfecto para mis padres, el cuñado perfecto para mi hermana, el novio perfecto para todas mis amigas. Guapo, atlético, elegante, servicial, generoso, educado y, además, tenía un puesto de directivo en un fondo de inversión y un sueldo anual de muchos ceros. Compartíamos vida desde hacía año y medio, cuando nos conocimos en una discoteca exclusiva de Madrid, y coincidimos por casualidad una semana más tarde en el hipódromo.

Nuestra primera noche juntos fue de ensueño, nunca podría haber imaginado una cita mejor. Una cena en un rooftop de Madrid contemplando la rosada puesta de sol de la ciudad mientras nos bebíamos unas copas de cava y comíamos un rodaballo salvaje. Nos tomamos después unas copas en un club privado cerca de la plaza Santa Ana y acabamos la noche en la suite principal del precioso hotel que se encuentra en la misma plaza. La noche no pudo ser más maravillosa, sentí haber conocido al hombre de mis sueños, sentí no necesitar nada más, nunca más.

Cuando al despertar me preguntó qué talla de ropa y de calzado llevaba, pensé que me estaba tomando el pelo, que un caballero como él no podía estar preguntándome semejante cosa. Nunca me podría haber imaginado que fuera para mandar a una trabajadora del hotel a comprarme un vestido casual y unos zapatos para llevarme a tomar un brunch.

—Si no es de tu estilo y no te gusta, puedes regalarlo o tirarlo después, no me importa. Simplemente quería que el tema de la ropa no fuera una excusa para que no me acompañaras también esta espléndida mañana de domingo a tomar un brunch por Madrid.

Era imposible no caer rendida a los pies de un chico como ese. Germán era el Dios de todas las parejas, al que, además, nunca le gustaba discutir y con el que siempre todo parecía fácil.

Nos fuimos a vivir juntos enseguida. Dejé mi apartamento de Arturo Soria y alquilamos nuestro ático. Viajamos a las Maldivas, Tailandia, República Dominicana, Nueva York y París en el año y medio que estuvimos juntos. Hablábamos de boda, de perros e incluso de hijos. Mis jefes del bufete sabían quién era mi pareja, lo respetaban y por ello, poco a poco, fui consiguiendo mejores casos. Normal que pensara que mi vida era ideal, yo no hubiera cambiado absolutamente nada de ella en esos momentos. Creía tener la vida perfecta y la pareja perfecta, me sentía amada y creía que no podía haber nada en el mundo que pudiera acabar con aquel amor y destruir mi vida como se destruye un castillo de naipes.

Aunque si tengo algo que agradecerle a Germán, además de todos los momentos felices que viví a su lado y toda la estabilidad que le dio a mi vida durante ese año y medio que duró nuestra relación, fue la sinceridad con la que me dijo que lo nuestro había acabado. Podría haber estado engañándome, podría haber jugado a dos bandas, pero él prefirió contarme la verdad antes de que fuera más lejos.

En su trabajo le habían encargado la adquisición de unos edificios de oficinas pertenecientes a una de las familias más ricas de España. Él se iba a encargar, en persona, de las negociaciones directas con la familia, y más concretamente, con la responsable de negociar la fortuna familiar, la hija del empresario madrileño Federico Fernández Clavel, Susana Fernández de la Iglesia. A pesar de que ella tenía una relación estable con un famoso jinete, enseguida cayó rendida ante los encantos y atenciones de Germán, y antes de que lo suyo fuera a más, y en tan solo un par de semanas, ambos decidieron dejar a sus parejas e iniciar una nueva vida juntos.

—Me gustaría hablar contigo, Elena —me dijo un día nada más entrar por la puerta.

No me había dado tiempo siquiera a apreciar un cambio en su actitud. Todo había pasado tan deprisa que confundí su alejamiento con un pico de trabajo y responsabilidad, confundí la falta de besos y de sexo con el estrés que conlleva una operación de esa envergadura. De hecho, la noche anterior había estado cenando con unas amigas y, entre risas, habíamos comentado que quizás fuera yo la siguiente del grupo en pasar por la vicaría.

—Creo que es justo que te diga cuanto antes que me he enamorado de otra persona, y ella de mí, y que nuestra relación ha acabado.

Me quedé tan bloqueada que ni siquiera entendí el mensaje que me estaba enviando.

—¿Me estás diciendo que has tenido un rollo con una tía? —le pregunté pensando que la relación de la que me estaba hablando era la que precisamente se había acabado.

—No, Elena; la relación que ha acabado es la que tenemos tú y yo. Me he enamorado de Susana Fernández, la hija del empresario con el que estamos tratando ahora mismo la compra de los edificios. Recogeré mis cosas en un par de días, no necesito más. Tú te puedes quedar aquí un mes más, está pagada la mensualidad del alquiler; no tengas prisa, y si te quieres quedar en este piso, hablo con el casero y listo.

Se sinceró, liberó toda la culpa que le llevaba comiendo por dentro los últimos días y me abandonó en el que había sido nuestro hogar. Se incorporó, se dirigió hacia la habitación, le oí trastear en el armario, abrió la puerta y la cerró tras él, sin mirarme, sin decirme nada más, y yo fui incapaz de replicarle nada. Ni siquiera fui capaz de ponerme a llorar. Era como si mi cabeza no quisiera aceptar lo que había acabado de suceder. No era capaz tampoco de llamar a nadie para explicárselo; me sentía avergonzada. No había sabido cuidar a Germán para que permaneciera a mi lado, al novio ideal. No sabía cómo asumir mi parte de culpa ante los demás; me preguntarían qué había sucedido y yo no sabría qué responder. ¿Por qué no había sido capaz de mantenerlo a mi lado? ¿Qué podía haber visto en aquella chica que yo no tuviera? ¿Por qué no había sido capaz de hablar con él para convencerle de que se quedara conmigo?

Por eso me convencí de que aquello no era el fin. Estaba segura de que él volvería a mí porque se daría cuenta de que estar conmigo era lo que realmente le hacía feliz, nuestra casa y nuestra vida ideal. Cada mañana, cuando entraba al baño, pensaba que él se volvería a duchar conmigo tarde o temprano, que no tenía por qué llorar, que todo lo que estaba sucediendo era momentáneo y que sería capaz de reconquistarlo. Sin agobios, pero con acciones que él apreciara y necesitara: cosas que solo yo pudiera hacer por él

Mantuve esa esperanza durante la primera semana. Ni siquiera lloré su pérdida, estaba demasiado ocupada pensando cómo reconquistarlo. No comenté nada en el trabajo, ni tampoco a mi familia o amigos. Debido a su trabajo, era fácil que no siempre me acompañara a los eventos familiares o a las quedadas con mis amistades. Pero como ni siquiera había prestado atención al nombre de la susodicha, nunca imaginé que sería la prensa la que acabara con mis sueños e hiciera que todo mi círculo se enterara de la noticia antes de que yo dijera nada.


 

Y hasta aquí podemos leer 😉

¿Quieres seguir leyendo esta preciosa novela? Aquí te dejamos enlace: https://www.bubok.es/libros/266629/Sucedio-en-Ibiza

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