Relato de Noemí Quesada: Una noche tras otra…

Por fin había cumplido los veintiuno. Me dije a mí misma que cuando soplara las velas me lanzaría, pero se me hacía imposible. Llevaba mucho tiempo espiando a mi vecino que, por cosas del destino, se había convertido en el mejor amigo de mi hermano mayor. Esto lo hacía todo más difícil. Súmale que era extremadamente tímida, que no tenía apenas experiencia con los chicos y que él era un puto Dios. Y lo sabía. Las chicas (y seguro que muchos chicos), babeaban por el morenazo que vivía enfrente de mí. El mismo que conducía un Audi rojo, del que yo me conocía hasta el sonido del motor, lo cual facilitaba que me pegase a la ventana para verle entrar y salir cada vez que lo oía. A veces pensaba que iba a descubrirme, pero nunca lo hacía. Nate ni siquiera sabía que yo existía. La mayoría de veces quedaba con mi hermano para salir y las pocas que entraba a casa, yo me limitaba a escuchar a través de la puerta de mi habitación. Así jamás se iba a fijar en mí y aunque lo hiciera, ¿qué podría ofrecerle yo?

—Venga, Kathy, no puedes llegar tarde, ¡es tu cumpleaños!

Kim, mi mejor amiga por siempre jamás, se había empeñado en celebrarlo yendo de discotecas, puesto que ya tenía edad para beber. Ella la tenía desde un par de meses antes, pero como buena amiga que es, me estaba esperando para hacerlo juntas. Era un gran día, así que me puse mi vestido blanco, unos zapatos de tacón y me peiné y maquillé a conciencia. Sabía que solo era una cifra y que yo era la misma de siempre, pero los veintiuno eran importantes.

—¿Has avisado a Allan? Ya sabes que se pone celoso cuando hacemos planes a solas —le advertí para que nada nos estropease la noche.

—Dice que nos vemos allí, que está con unos amigos.

—Querrá decir con su novio…

—Él jamás diría eso, pero sí, está con su novio.

Las dos reímos y es que Allan se las daba de chico libre, sin ataduras ni compromisos, pero nosotras sabíamos que tenía alma de novio, que posiblemente se casaría y pasaría el resto de su vida con su gran amor.

Llegamos a la discoteca y Kim, que estaba mucho menos cortada que yo, pidió nuestras primeras cervezas. A ver, ya hemos bebido otras veces, pero esas eran nuestras primeras cervezas legales, con el carnet en la mano. Era emocionante. Allan se sumó al rato y bebimos y bailamos como si no hubiese mañana. No soy de las que montan el espectáculo bailando a lo Shakira, pero aquel día me daba igual todo. Solo éramos Kim, Allan y yo. Y lo estábamos pasando en grande.

De pronto y sin saber por qué, miré hacia la puerta y lo vi entrar. ¿Tanto había bebido o venía directo hacia mí? Cuando lo tuve peligrosamente cerca, me giré bruscamente dándole la espalda y me colgué del cuello de Allan. Me acuerdo que hice como que le estaba contando algo súper gracioso y me reí como una histérica, mientras mi amigo me miraba sin entender nada. Cuando levanté la vista, Nate ya no estaba.

—La próxima vez avisa y te sigo el rollo. ¿Por qué no lo has saludado?

—Sí, claro ¿y qué le digo?

—Pues… ¿hola? No es tan difícil, lo has tenido en bandeja.

Esquivé la conversación e intenté volver al estado de ánimo anterior, pero ya no podía estar completamente tranquila. Suponía que seguiría por allí y eso me ponía muy nerviosa. Kim casi consiguió que se me olvidase el tema cuando hizo uno de sus famosos bailes. Ella sí que le hacía sombra a Shakira, con esas caderas que moviéndose al son de las notas. Ha nacido con ese don. Yo trataba de seguirla discretamente, pero aunque yo no era un palo de escoba, a su lado no tenía nada que hacer. Ni quería. Me gustaba verla brillar. En medio del espectáculo, sentí una mano en mi cintura. Me giré para decirle a Allan que ya sabía que no me gustaba que hiciera eso; me sobresaltaba con facilidad si me tocaba la cintura (es mi zona erógena), pero no era Allan.

—Hola.

Su mano seguía en mi cintura, su sonrisa iluminaba todo el local y pensé que estaba sufriendo un derrame cerebral. Ni siquiera era capaz de cerrar la boca, ya ni hablamos de pronunciar alguna palabra.

—¡Felicidades!

Se acercó hasta mí y me dio un beso en  la comisura. Me acabé de derretir, literal. Tendrían que recogerme con fregona.

—Tu hermano me ha dicho que es tu cumpleaños. ¡Mayoría de edad! ¿Cómo te sientes?

<<Venga, Kathy, tienes que decir algo. Lo que sea. Tanto tiempo esperando esto y va a pensar que eres tonta del culo>>

—Gra… Gracias… ¿Quieres una cerveza? —me quedé seca y ni un barril entero podría quitarme esa sed.

—Claro, pero déjame invitarte.

No me opuse, ni siquiera sabía cómo conseguí mover las piernas tras él para llegar a la barra. Nate pidió un par de cervezas y me miró fijamente antes de chocar su botellín con el mío.

—Por la mayoría de edad —sonríe y se lo lleva a sus perfectos labios. Moría por ser esa cerveza.

Durante unos segundos, que me parecieron eternos, nos miramos sin decir nada. Él me observaba de una forma peculiar, mientras yo trataba de no caerme redonda al suelo.

—Creo que debería volver con mis amigos —solté de repente. Me costaba estar tan cerca de él, sentía que me quemaba el cuerpo y solo pensaba en salir corriendo.

—Kathy —¿sabe mi nombre?—, tus amigos están bien. Me parece que se han marchado cuando nos hemos puesto a hablar.

Lo miré sin entender nada y traté de buscarlos entre la gente. No los vi. ¿Serían capaces de dejarme a solas con él? Ya lo creo que lo serían. Les pensaba cantar las cuarenta cuando los viera.

—Yo también sé bailar, ¿sabes? Podemos pasarlo bien —dijo con un tono de voz muy varonil.

Nate me sonrió y comenzó a moverse de una forma que ni en mis mejores sueños. ¿Pretendía matarme? Sin decir nada, alargó las manos y agarró las mías, animándome a bailar con él. No pude hacer otra cosa que seguir sus movimientos mientras lo miraba alelada. ¿Estaba bailando con Nate Johnson? En uno de los giros, encogió sus brazos y me arrastró hacia él. Se me escapó un suspiro directo desde el estómago a su boca, la que en este instante, estaba a escasos centímetros de mí. La acercó lentamente hasta mi cuello erizándome toda la piel, el pelo, las uñas y hasta las pestañas.

—Estaba deseando que llegara este momento.

Me quedé congelada, ni siquiera me atreví a mirarlo. ¿Qué quería decir?

—¿Te vienes conmigo a un sitio más tranquilo?

No me hizo falta contestar, mi expresión lo dijo todo. Nate me llevó de la mano por todo el local hasta que salimos a la calle. En contra de lo que cabría esperar, no me soltó mientras nos dirigíamos a un parque en el que a duras penas brillaba una farola. No pronunciamos una palabra hasta que nos sentamos en uno de los bancos. Me pareció que estaba soñando.

—Kathy, ¿sabes lo mucho que me ha costado esperar hasta que cumplieras la mayoría de edad? Tu hermano me hizo prometerle que no te tocaría hasta entonces.

¿Qué? ¿Piensa tocarme? ¿Mi hermano lo sabe?

—Yo… No…

—Shh —puso su dedo en mis labios—, no hace falta que digas nada. Sé que tú también deseas esto tanto como yo. ¿Por qué si no ibas a espiarme desde tu ventana cada día? No veas el morbo que me daba que lo hicieras. Y la espera… —gruñe casi en un susurro—, solo lo ha hecho más excitante.

¡Boom! Acababa de entrar en estado de coma profundo. ¿Me había desmayado en medio de la discoteca por ir demasiado borracha y eso era un sueño? Tenía que serlo, eso no podía estar pasando en realidad.

—Estoy soñando, es eso, ¿verdad? ¿Es una broma? No será una especie de apuesta con tus amigos o…

Comiencé a desvariar, a decir cosas sin sentido, a tartamudear, a hiperventilar.

Nate soltó una carcajada que detuvo mi verborrea. ¿Cómo podía ser tan perfecto? Sin esperarlo (porque aunque llevaba años soñándolo, jamás pensé que se hiciera realidad), sus labios se aproximaron a los míos y nos fundimos en un beso de tal magnitud que hasta me mareé. Su lengua, húmeda y caliente, se enredó con la mía de una forma natural, con ganas, haciendo que en mi estómago se produjera el mandito Big Bang lleno de mariposas, unicornios y fuegos artificiales. No podía hacer otra cosa que dejarme llevar, derretirme a sus caricias, cerrar los ojos y volar.

Esa noche llevó a otra y otra…  Y seis años después, Nate sigue sonriéndome como el primer día. Encajamos a la perfección en cuestión de minutos, no pudimos separarnos desde entonces. Como dos almas destinadas a estar juntas. A veces me preguntan que cómo puedo saber que es el hombre de mi vida y yo siempre respondo lo mismo: lo supe desde el primer momento en que lo vi y la vida solo estaba esperando a que fuese el momento adecuado para envolvernos con su magia. Mereció la pena la espera.


Si quieres conocer más a Noemí Quesada, visita su página de autora aquí: enlace

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