Capítulo 1 de Mi manzana prohibida, de María G. Chova

Hoy os traemos el primer capítulo de Mi manzana prohibida, un libro intenso y adictivo, que te hará permanecer delante de tu ebook todo el tiempo, hasta acabarlo. Aquí va parte del capítulo 1, cuando la protagonista descubre algo que le cambiará la vida.


 

Ácida sorpresa

La lluvia caía en forma de gotas gruesas, aunque no con la continuidad que obligaría a abrir un paraguas; el viento que comenzaba a adueñarse ferozmente de las calles no era demasiado frío, pero sí molesto, digno de una tarde de octubre.

Era un 31 con todas las decoraciones de Halloween que ello conllevaba y la muchacha que corría hacia el elegante portal de madera y mármol estaba encantada, aquella era su celebración favorita y, para colmo de felicidad, su cumpleaños.

Esquivó a un par de personas que huían de la lluvia, mostrando una sonrisa que no se borraba de su cara desde las diez de la mañana, algo inusual en ella. El viento revolvió su melena color rojo intenso, soltando algunos mechones de su larga trenza, y se ajustó la sudadera negra con murciélagos bordados antes de poner un pie en el portal del lujoso edificio.

—¡Nia, buenas tardes! —saludó la recepcionista con una sonrisa divertida— ¿Por qué no me sorprende verte correr como una loca bajo la lluvia?

La aludida se acercó a la mesa de caoba tras saludar a Miguel, el vigilante de seguridad.

—Buenas tardes, Violeta —sonrió—. ¿Cómo va la tarde?

—Tranquila —su sonrisa se volvió algo tensa—. Tu padre te espera.

Virginia se despidió con la mano antes de entrar en el ascensor con paredes cubiertas en madera pulida, tan antiguo como el imponente edificio. Le dedicó unos segundos de sus pensamientos a la amable Violeta, una mujer adorable y directa que estaba a punto de jubilarse y conocía cada detalle y vergüenza sobre la vida de cada uno de los empleados y directivos de la empresa. Por suerte, era la persona más leal que conocían y se agradecía tenerla en nómina.

Le extrañó aquella última sonrisa, no se le había escapado e inconscientemente le preocupaba.

Llegó al tercer piso casi sin darse cuenta y saludó a un par de personas antes de detenerse frente al despacho de su padre. Le sorprendió ver la puerta cerrada, no acostumbraba a dejarla así a no ser que tuviese una reunión o una llamada de índole delicado; también le extrañó que Francisco, asistente y amigo de su padre, la esquivase al verla en el pasillo.

—Pero ¿qué demonios? —arqueó una ceja y llamó a la puerta con los nudillos.

—Pasa.

Al abrir no solo encontró a su padre, sino también a un joven que parecía ser poco mayor que ella, con una bonita melena castaño oscuro que rozaba sus hombros y ojos de un penetrante gris acerado que daban la impresión de atravesarte y llegar hasta tus más íntimos deseos con un solo pestañeo. Él sonreía desde una de las sillas con cierto aire nervioso.

—Disculpad, vuelvo cuando acabéis —dijo ella.

—Entra, hija. Así os presento —resolvió Gonzalo con una sonrisa.

El desconocido se puso también en pie y esperó a que Virginia le diese a su padre un beso en la mejilla. Le pareció que eran muy similares en los rasgos, ambos severos hasta que sonreían, además, tenían la misma mirada inteligente salvo porque los ojos de su padre eran grises y los de ella castaños.

Gonzalo inclinó la cabeza para recibir el beso en la mejilla, tenía el cabello azabache veteado con canas perfectamente peinado hacia atrás, mientras que ella parecía orgullosa con su cabellera teñida de aquel vibrante color.

—Puedo esperar fuera, no tengo prisa.

—Tranquila, tú ponte cómoda —señaló con la mano al desconocido—. Te presento a Lucas —sonrió—. Ella es Virginia, mi primogénita.

La aludida le ofreció la mano para estrechársela y Lucas le devolvió el saludo con cierta sorpresa, estaba acostumbrado a que las mujeres se lanzasen a darle dos besos incluso antes de presentarse.

Virginia esperó a que su padre despachase al joven para hablar de un tema privado, pero le dio la impresión de que eso no iba a suceder.

—Siéntate, ¿quieres algo de beber?

Le extrañó el ofrecimiento, generalmente iban juntos a tomar algo en la cafetería de la esquina.

—No, gracias. Quiero ir a comprar unas cosas antes de que cierren las tiendas, por eso venía con cierta prisa.

—¿Tan urgente es?

—Golosinas —respondió ella con una espléndida sonrisa—. ¡Es Halloween!

Verla tan animada le partió el corazón a Lucas, esperaba que Gonzalo pospusiera la noticia que tenía que darle. Ella parecía tan natural y emocionada con la celebración que sintió una pequeña presión en el pecho; sabía lo que desataría la imponente verdad que su padre debía contarle.

—Será mejor que vuelva otro día —opinó el joven mientras hacía amago de levantarse.

—No te preocupes, seré breve.

Gonzalo se puso en pie cuando le vio sentarse de nuevo para dominar la situación como si de una reunión entre directivos se tratase. Medía metro ochenta y con sus facciones varoniles, aunque severas, resultaba un hombre muy atractivo a sus cincuenta y tres años. Virginia comenzó a preocuparse porque aquello no le daba muy buena impresión y empeoró cuando Lucas esquivó su mirada en el momento en que ella ladeó la cabeza para interrogarle en silencio.

—Me estás dando mal rollo —se sinceró la joven.

—Deja que te prepare el terreno, ten paciencia.

Aquello fue lo que le erizó la piel, si se dirigía a ella en aquellos términos es que el resultado iba a ser desagradable. Una hecatombe de dimensiones inimaginables.

—Os hemos contado muchas veces a tu hermano y a ti que, a vuestra edad la vida no era igual ni los valores los mismos —comenzó—. El noviazgo duraba hasta una década y tampoco estaba bien visto que los novios viviesen juntos o se fuesen a solas más de un día antes del matrimonio.

Virginia arqueó una ceja, aquello se escapaba a su comprensión. ¿A dónde quería llegar su padre con tanto rodeo?

—Yo os quiero mucho, tanto a vosotros como a vuestra madre…

La muchacha sucumbió a sus nervios y espetó:

—¿Estáis liados?

Lucas casi se atragantó con su saliva y su padre dio un golpe en la mesa. El joven tenía razón al pensar que aquella muchacha era natural y, en otras circunstancias, le habría resultado hasta interesante y graciosa.

—¡Déjate de tonterías y escúchame, esto es serio! —alzó la voz.

Gonzalo carraspeó antes de proseguir.

Ninguno de los dos entendía por qué gritaba, aunque Virginia estaba acostumbrada a que atajasen sus opiniones o respuestas de manera tan brusca.

—Siendo joven puedes sentir ciertas tentaciones que te son negadas por temor a la represión social y encuentras un día la oportunidad de tomar la vía de escape —miró a Lucas—, no te ofendas.

El cerebro de la joven comenzó a atar cabos y un nudo iba presionando su pecho. El hombre la vio fruncir el ceño y borrar gradualmente su sonrisa. Iba a estallar en cólera y lo peor sería el resultado en su casa.

—Lo que quiero decirte es que, trabajando con tu abuelo, conocí a Laura y tuvimos una aventura mientras salía con tu madre —tragó saliva al ver que su hija comenzaba a mostrarse inexpresiva—. Fue un fin de semana, pero ella se quedó embarazada de Lucas —suspiró—; él es tu hermano.


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