Relato de Anne Aband: Hechizo de luna

¡Hola, hola!!

Hoy, por darle otro toque a nuestro blog, os traemos un relato escrito por Anne Aband. Es un precioso cuento romántico que esperamos que os guste.


Carol levantó los ojos hacia el cielo y miró las estrellas buscando un consuelo. Siempre había sido así. Cada vez que la vida le “premiaba” con un disgusto o un problemón, subía a la azotea, se echaba sobre la hamaca y miraba el increíble espectáculo que solo podía ver desde su apartamento. Como vivía a las afueras, la contaminación lumínica era casi inexistente. Cuando descubrió ese pequeño apartamento en ese lugar, hace ocho años, lo alquiló sin dudar.

Escuchó un ruido en la azotea que colindaba con la suya. Hacía mucho tiempo que no la alquilaban así que miró de reojo, por curiosidad. Una sombra se sentó en el suelo y comenzó a mirar hacia arriba, como ella.

«Vaya, el vecino o vecina también es amante de contemplar el firmamento. Ya me cae bien».

Tras unos diez minutos, escuchó un ruido y un carraspeo. La sombra se dirigía hacia su lado de azotea.

—¡Ey! Hola —dijo una suave voz masculina—. Siento molestarte, pero la puerta se me ha cerrado y no tengo la llave. ¿Podrías ayudarme?

Carol se levantó de la hamaca un poco molesta. ¿A quién se le ocurría salir a la azotea y dejar la llave puesta por el otro lado?

—Hola, claro, puedes pasar  y entrar por mi lado. ¿Hace mucho que te has mudado?

—Llevo una semana viviendo en el apartamento. El cielo aquí es increíble. Por cierto, me llamo Paul.

—Hola, soy Carol.

—Siento haberte molestado —Paul saltó la cornisa y ella lo pudo ver bien. Era alto y atlético y llevaba una camiseta algo raída y unos pantalones sueltos. Su rostro era definido y sonreía con franqueza.

—Pero tú no eres… ¿tú no eres?

—Ah, sí, me temo que soy yo —sonrió como si hubiera hecho una travesura—. Supongo que te preguntarás por qué estoy viviendo a las afueras de la ciudad y llevo estas pintas. Antes de que publiques en tu Instagram que el actor Paul Trenton está desahuciado o algo así, déjame que te explique.

Carol se sentó hipnotizada en la hamaca. Ella era muy fan del actor, de hecho, era como su amor platónico. Y ahora lo tenía ahí, y estaban solos. Le temblaban las piernas y la voz no quería salir de su garganta. Él se sentó en el suelo, frente a ella. La observó. Era algo más joven que él, que estaba en los treinta, y era bonita, sin ser espectacular. Sus rasgos eran finos y llevaba una coleta que si se soltara haría que el cabello llegase a su redondo trasero. Paul movió la cabeza. Había huido de una relación. No quería ni por asomo meterse en otra y menos, con una desconocida, aunque sí sentía una pulsión por acariciar su pecoso rostro.

—No sé si ves las redes sociales… el caso es que he roto con mi novia y… digamos que estoy huyendo un poco. Me he apartado de todo el jaleo y la persecución en mi casa. Necesitaba un tiempo para pensar.

—Oh, vaya. Sí, lo vi. Has roto con Andrea Watson, la actriz famosa. Lo siento por ti, ella es preciosa.

—Te aseguro que el físico no lo es todo. Me tenía un poco agobiado.

Paul miró las estrellas. ¿Por qué le estaba contando todo esto a la chica? Es como si la conociera de toda la vida. ¿Qué le estaba pasando?

—Bueno, yo subo aquí cuando me siento muy mal —Carol miró hacia arriba también—. Ellas hacen que me sienta mejor. Me enseñan que somos diminutos, que todo lo que nos pasa es muy relativo y que, si comparamos nuestras penas con la inmensidad del Universo, se quedan infinitamente pequeñas.

Paul se la quedó mirando anonadado. No se le había ocurrido pensarlo así.

—Vaya, un psicólogo no podría haberme resumido mejor cómo relativizar. Te lo agradezco.

Carol bajó la cabeza y vio que él la estaba mirando intensamente. Sus ojos eran como esos que veía en las películas, cuando le decía a la protagonista que la amaba. ¿Qué pasaría si algún día él se lo decía? Se levantó nerviosa.

—Bueno, será mejor que te abra la puerta. Mira, hay un pasillo que comunica los dos edificios. Tengo las llaves y quizá deberías tener un juego tú también. Además, en el edificio donde vives, creo que no hay nadie más.

—Sí, he tenido suerte —dijo él un poco decepcionado porque ella cambiase de tema—. La casa pertenecía a mis padres. Fue su primer hogar. Está bastante viejo, pero es habitable.

Paul se levantó y sacudió su pantalón y ella se dirigió hacia la puerta de la azotea. No sería tan tonta de creer que un actor famoso se fijase en ella. Solo era una dependienta de unos grandes almacenes, agobiada por relaciones horribles y por un jefe imposible de aguantar. Por eso, porque su vida era un desastre, era por lo que había subido a descansar un rato antes de irse a la cama.

—Carol, sé que es muy pronto y que no me conoces más allá de lo que hayas visto en la televisión o el cine… —el hombre titubeó y se volvió hacia ella—. Me gustaría conocerte un poco más. Voy a estar aquí varias semanas y me ha gustado hablar contigo.

—Claro, Paul, podemos hablar cuando quieras. Yo suelo subir a diario, pero esta vez, acuérdate de coger la llave.

Él sonrió y miró por última vez hacia el cielo antes de cerrar la puerta. La luna brillaba con todo su esplendor y él le dio las gracias, solo por haber conocido a una persona que lo escuchase de verdad. ¿Quién sabe lo que el influjo de la luna podía hacer en dos desconocidos?


¿Quieres conocer más a Anne Aband? Lee esta entrevista aquí: https://www.kamadevaeditorial.com/entrevista-a-anne-aband-autora-de-la-chica-de-ayer/

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